Vistiar la Costa Brava y no dar un paseo por el laberinto de calles del casco antiguo de Cadaqués es una perdida irreparable para quien no lo realice. Aparte de toda la reminiscencia a Salvador Dalí que hay por la zona, y olvidandonos un poco de este, el pueblo en si mismo es un atractivo para cualquier andarín sin prisas.
Subir y bajar por sus estrechas calles nos hará descubrir rincones coloridos, empedrados antiguos, tiendas originales, paseantes de toda condición, etc. Es una sorpresa a cada paso que se de.
Además tenemos balcones a el mar mediterráneo del que parece haber absorbido parte de su luz.
El verde, el blanco, el azul, amarillo, todos los colores parecen que son permitidos en este pequeño pueblo de tan solo poco más de 3.000 habitantes que se encuentra al final de un descenso vertiginoso por una estrecha carretera.
La pequeña playa y el puerto son los dos bastiones sobre los que se sustenta esta amalgama de casas que se desparraman hacia el mar.
No puede faltar la figura de Dalí, que despues de visto el pueblo entendemos que uno y otro se complementaban muy bien.
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